El reino de la felicidad

Cuando yo gobernaba este impero, las gentes me aclamaban, desde mis aposentos los escuchaba cantar mi nombre. Yo era el dios de todos aquellos infelices, que solo necesitaban que yo moviese un dedo para conseguir un estado de bienestar.

Ahora escucho las viejas campanas repicar en mi cabeza, ya no soy nadie, solo un mendigo de sensaciones que anda por las calles que antes coronaba. Cuando perdí mi poder, perdí todo lo que tenía, nadie nunca jamás dijo mi nombre.

Me solía pasear con aires altivos, viendo como ellos se postraban ante mi, creyendome el sol en el reino de los cielos, me dejaba ver en mis mejores épocas, y no me permitía a mi mismo tener un solo instante de infelicidad. Yo debía ser el que arrastrase a los demás hacia la libertad, nunca ellos a mi. Lo hacía por ego, porque me conocieran como el "salvador".

Ahora, pues no soy lo que era, tampoco lo necesito. Ahora soy yo, sin más, y toda esa gente que me utilizaba para conseguir sus metas ya no merecen mi atención. Estando solo te das cuenta de a quién de verdad tienes.

Cuando yo era el rey del Reino de la Felicidad, todo era mentira, todo lo que me rodeaba era una realidad paralela solo existente en mi cabeza. Todos los que se sentaban en la mesa de la discordia no lo hacían conmigo, sino con mi cetro, con mi poder.

Conseguí ser la sangre de todas las personas, el arropo de las noches de invierno, el agua de la sed más mortífera. Pero el oro no me lo llevaré conmigo, solo los buenos momentos, momentos ausentes, ya que no me permití tenerlos, no debía sentir, solo hacer sentir.

Ahora ya no escucho las viejas campanas, ni los coros con mi nombre, ahora solo puedo sentir el aire dandome en la cara, el viento de la libertad.